Olweus identifica al agresor
como un individuo de temperamento agresivo e impulsivo con grandes dificultades
para comunicarse y negociar sus deseos, siendo sus habilidades sociales
deficientes. Muestran también, gran falta de empatía hacia el sentir de la
víctima, siendo totalmente ajenos al sentimiento de culpabilidad.

Estos individuos parecen
tener la necesidad de sentirse fuertes y sentir control, se deleitan al
infringir dolor y sufrimiento a los demás, a menudo justifican sus acciones
diciendo que las víctimas los provocaron de alguna manera. Normalmente estos
individuos padecen de algún problema de ajuste en sus relaciones con una carga
excesivamente agresiva en las interacciones sociales. Su contacto con los
padres es deficiente, suelen carecer de fuertes lazos familiares (pueden haber
recibido maltrato familiar) y estar poco interesados por la escuela.
Se vislumbran dos grandes
tipos de agresores: los activos, que
tienen mucha dificultad para controlarse cuando se sienten frustrados y
recurren generalmente a conductas de agresión directa y los que planean una venganza; ambos tipos
proyectan su malestar en el ambiente o en los demás para no sentirse culpables,
así, la venganza y la agresividad directa actúan como respuesta a la
frustración, donde el enojo es omnipresente y constituye el principal problema
para integrar las reglas de convivencia y reglas pro-sociales.
El lenguaje corporal es
habitualmente de orgullo: levantando el pecho y la cabeza, con la mirada
fija y penetrante, que puede ser
manipulada a conveniencia, la expresión facial es arrogante, dominadora,
despectiva o condescendiente, la voz es de tono fuerte y autoritario que puede
ser sarcástico o indulgente. Sin embargo, pueden adaptarse a las
circunstancias, mostrando una actitud impotente y de sumisión ante figuras de
autoridad, pero no siempre es así, hay veces en que se muestran agresivos
incluso con las figuras de autoridad.
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